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diciembre 14, 2008

Natación

Al cumplir los setenta años me he impuesto la siguiente regla de vida: No fumar mientras duermo, no dejar de fumar mientras estoy despierto, y no fumar más de un solo tabaco a la vez. Mark Twain

Muerte lenta y con placer.Yo suelo usar esa frase de vez en cuando, generalmente si algo me gusta en demasía, si está más que bueno y no me hace tanto bien.

He de confesar que del tabaco me gusta, el olor dorado e intenso de cuando está sin quemar. Quizá sea porque soy hija de un fumador de décadas. Quizá porque tengo tantos a mi alrededor que fuman. Quizá porque yo alguna vez "lo humedecí entre mis labios".

No pienso que sea acerca de las más de 4000 sustancias del humo lo que me podría gustar, ni el famoso cianuro de hidrógeno, o el óxido de nitrógeno, el amoniaco o cuanta cosa se procuren inventarle y comprobarle.

Pienso que tiene que ver con la acción que puede conectarte, desconectarte o sumergirte por minutos (pocos, algunos al menos) con alguna parte de la realidad.

Me gusta el tabaco, lo he dicho; sin embargo lo que no me gusta es quedar cada cierto tiempo con el sabor de noticia adelantada, calma, de augurio, que en el juego de inhalar y exhalar el humo, alguna vez moriría ahogada, no porque finalmente me haya reconciliado con el mar, sino porque se me habrán desintegrados mis bolsas de aire cual arena oscura en un desierto.

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