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mayo 30, 2009

Trabajo en una institución del gobierno, con un salario pues mejorable por mucho, pero decente al menos y que permite cubrir algunos de mis recibos. Lo que hago me gusta. La oficina es pequeña pero tiene lo justo -lo que yo tengo ahí-, servicio de Internet, teléfono, una vista incomparable a las montañas, un pequeño aire acondicionado, silla y escritorio, ustedes saben, esas cosas que nosotros los burócratas solemos pensar como indispensables para hacer la tarea.

La gente que está conmigo es parte de mi aliciente y mis quebraduras de cabeza. Además, los programas de televisión sobre "el gran hermano" o el "ojo que todo lo ve" con sus "complots", alianzas y cuanta fantasía de novela, parecen ser parte del bono laboral.

He de comentar que en diciembre recibo la paga 13, el aguinaldo le llamamos; hay otros beneficios, no se cuales al decir verdad pues yo no los veo. Lo cierto es que tengo un lugar cubierto donde presentarme a trabajar, en horario pues dispar, porque sí, trabajo en una oficina donde no se descansa, aunque sea el estado.

Este sábado al mediodía, me dirigía pues a ese sitio donde paso tanto tiempo, con unas ganas de sacar de la mejor manera todo, para que no se esfumara tan rápido mi fin de semana. Faltaba una cuadra para llegar, el día caluroso con anuncios de tormenta, húmedo el aire, pesado el ambiente y demasiada gente para mi gusto. Había un tumulto, me detuve, traté de evitarlo y como si fuera parte de una escena en cámara lenta vi en cuestión de un minuto como cinco policías tomaban los aguacates frescos de un vendedor ambulante y los reventaba en el cajón de un carro de la policía municipal. La gente corría, se enviaban mensajes con silbidos y gritos, los policías corrian tras la gente, corren los vendedores de películas "pirata" quienes han ido ganándole terreno a los de discos musicales igualmente piratas. Las vendedoras de repostería (pupusas, tanelas, nacatamales) veían sus canastas plásticas volar al cajón del camión mencionado. Seguía el barullo, una mujer se esconde en un restaurante de comida rápida -justo por donde pasaba yo- otos huyen despavoridos hacia el parque o la vuelta de la cuadra. La mujer es atrapada, no suelta su mercancía, llora, la mujer como de 50 años llora, no suelta la bolsa de basura negra que lleva en sus manos. Ella y su mercancía van a parar al camión de la policía municipal, abren su mercadería: medias de todos los tamaños. Me pregunto ¿dónde irá a parar todo esto?.

La gente sigue caminando, mirán en silencio, los vendedores de lotería de la calle están tranquilos, ellos son "legales" y autorizados por la junta, no pareciera que hay que temer, sin embargo, también comentan, no hacen nada, pero lo hablan. Ha comenzado la lluvia -en tan solo dos minutos- ... la gente igual de distraída como yo ahora se preocupa por buscar una forma de taparse. Yo prosigo , entro a la oficina e intento comenzar el trabajo.

No habrá otra forma de "quitar" los vendedores ambulantes de mi país, de la capital. El tener comercio informal va en aumento en este lugar del mundo y en otros más, es una realidad. Aquí encuentras personas de todas las edades, cada vez más adultos en buena etapa de vida y viejecitos muy viejecitos haciendo de todo lo posible.

¿Dónde está la cabeza nuestra? ¿Qué sucede con nosotros? Es como si arrebatar con violencia, perseguir a la gente, romper, confiscar, fuera la solución, cuando el problema es gordo: es social. ¿Dónde estás sociedad? En qué sitio nos metimos que perseguimos al pequeño que no roba, sino intenta jugarse la comida de otra forma un tanto más honrada.

1 comentario:

Xi dijo...

Perseguir y castigar.

Es la directiva que parece imperar en las sociedades modernas, donde los que se van quedando al lado inventan soluciones para darse de comer, o se crean modos de esquilmar a los que están adentro. Sociedades en las que cada transgresión es un delito, pero también un producto de cegueras y sorderas simultáneas, de falta de políticas inclusivas.

Donde hay exclusión no puede haber apego a las normas. Donde no hay equidad no puede haber formalidad. Donde no hay solidaridad no puede haber decencia.

De esto nos olvidamos cuando vemos estas escenas, de esto se olvida el que enarbola la solución del perseguir y castigar, como quien cerca celosamente su modesta parcelita de indolencias.

Un abrazo cronopio.