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julio 18, 2009

Para una tarde soleada, José María Zonta

Ciertamente he escrito poco por estos días, quizá porque he estado un poco viva en silencio y dedicada a querencias, bien porque el trabajo burocrático de la "conversación y la reunión" lo envuelve a una o finalmente no he tenido mucha energía.

Saben, a veces pienso que las personas somos los "frankenstein" de una película cualquiera. Lo digo pues no solo somos el "humano" aquel, sino pareciéramos la sumatoria de los aparatos que manejamos, pegados como apéndices o más cercanos que las personas resultado de la cantidad de horas que compartimos, tal es el caso de la computadora, el blackberry, el Wii, twitter, el auto, el ipod (o cualquier otro aparato musical), el control multitarea, en fin...

Seguimos teniendo la fisonomía de siglos atrás, pero con las demandas del futuro devorador que nos empuja o excluye a estar siempre comunicados, siempre sabidos, siempre actualizados, siempre ignorantes en constante insaciabilidad. Es casi recibir un mensaje de “No hay tiempo para detenerse.” (¡qué mal!)

Lo anterior, para decir que entre brincos de oficina, café por la noche, comida con alguna premura y otros avatares, encontré un poema de un costarricense. Quién tiene una sensibilidad extraña, o una personalidad más oscura por más tai-chi que le rodee...

"Uno sale del trabajo proporcionalmente feliz,
ojos contaminados
y compra unos vasos
casualmente dos.
Paga impuestos
recibe malas noticias y contra enfermedades.
Uno piensa improperios
para callárselos,
no acaba de entender la íntima relación
entre la juventud y la muerte.
Uno estudia filosofía
porque entiende que la vida es un tranvía,
recibe la lección y no la enciende,
uno es totalmente libre de hacer lo que quiera
dentro de su jaula.
Uno grita, quiere amar,
toma una cerveza,
no recoge el guante que dios le tira.
Envuelve la noche en hojas de soledad
y se aposenta en los bordes de alguna canción.
Uno hace esto y cree que es vivir,
pero se engaña quedamente.
Hasta que una mujer lo mira
lo aplaca, lo prende,
le atraganta la vida en los ojos.
Entonces uno ríe de sí
controla los gastos
ya no envidia a los gatos
y esparce amor. " José María Zonta, costarricense

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