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agosto 13, 2010

Flores de campo

Ella tiene 75 años, durante este tiempo ha criado sus hijos de todas las edades y generaciones, ha asistido a algunos de sus nietos y mirado con cierta distancia sus bisnietos. Si le dieran un vistazo, concordarían conmigo en que no parece tener tal edad, es ágil, flexiona tocando el piso en un plis-plas, hace abdominales, corre (no tanto como antes porque ha comenzado un problema en uno de sus pies).

Duerme, se ilusiona y no admite el tiempo o la edad. Da y espera, perdona y quiere, lucha y escucha (lo que quiere).Es intensa con sus amigos a quienes se encuentra en su rutina de iglesia todos los domingos.

Esa mujer es pequeña, mide menos de 1.50cm, es soprano -a mi me cuesta el timbre de su voz-, es ebanista, es agricultora consejera y habladora telefónica, trabaja desde los 9 años. Es hija de un cirquero e intentó enseñarnos a caminar por la cuerda floja sin mucho éxito. Le gusta la comida, no así cocinar -¿y quién dijo que las madres cocinan?- Lee todo los días aunque sea una página de sus libros ya reescritos, releídos y revisitados. 

Hace casi un año abrió correo electrónico y cada ciertas noches nos pide ayuda y lo revisa. Escribo para ella, como en otras ocasiones, aunque estoy segura que no me lee. Esa, damas y caballeros es la mujer que me da vida.

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