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julio 10, 2012

Borradores de cuentos inconclusos: el viejo ¿y el mar?

"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla."
Gabriel Garcia Marquez

" (...)los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba". 

Amor en tiempos de cólera
- I -
Cada año en el día 10 del mes 9, en la esquina 7 el viejo se asomaba a ver si le volvían a citar en los libros frescos de las otras vírgenes, o si estas se paseaban al menos por su ventana azul como el recuerdo en que se habían convertido.



Contradictoria era la situación, pues al principio de su historia no quería que así fuera, solía decir que se le "estremecía el corazón" con esas hazañas idas. Sin embargo y más allá del tiempo le gustó semejante honor de ser citado, recordado por unos, amado (quizá) y odiado (tal vez) por otros. Aunque no era tan destacado como para generar semejantes pasiones, se guardaba en silencio esos sentimientos y muy de vez en cuando le contaba a sus congéneres de semejante situación; eso sí cambiando nombres, ciudades y años, por si acaso los hechos se unieran alguna vez. Además, él era muy respetuoso.

- II -
Cada año el día 10 del mes 9 en la esquina 7 donde tenía una estancia, el viejo servía la mesa e invitaba a la antigua familia ya crecida. Como siempre ofrecía cerveza, vino, pisto, pan, ensalada, carne y pasta horneada. No en vano cocinaba todo el día.
Extraña era la situación, pues se sentaban a la mesa a festejar algo que nadie más entendía, ni se explicaban el rito de la fecha. Quizá era por haber escrito su propio libro, aún sin publicar o por el resultado de sus acciones de una vieja compañía de transporte.

Siempre en retrospectiva se decía que aquello no era una novela de amor fallida como "La amaba" de Ana Gavalda, lo suyo fue más allá de un acto mediocre un buen tino cristiano de un ateo. Sin embargo y por otra parte, no sabía por qué, aún a estas alturas ya algo cansado, rasgando la olla de las ilusiones, seguía sintiendo esa hambre de alguien más, de allí sus exorcismos en la cocina.

- III -
Cada año en el día 10 del mes 9 como costumbre, el viejo renovaba "el culito" de vela de una de las criptas de su alma, rezaba 7 aves marías y  algún padre nuestro inconcluso, esperando una absolución, para "algo" de
 tiempo atrás que no recordaba la fecha de inicio del rito, ni el motivo o la razón de seguir haciéndolo. 

Los años no pasaron a la ligera aunque los días parecieron ir a la deriva. El peso de su cuerpo le presionaba el doble en este presente, lo notaba con la dificultad al caminar o sostener un cigarrillo entre los dedos sin que el pulso pareciera una aguja de medición. No leía velozmente y el intercambio de lentes entre cerca y lejos, lejos y cerca era un fastidio más grande que su poco cabello o su viejo oido. Realmente le disgustaban los inviernos así como los veranos y se estancaba en las primaveras y los otoños. Había cambiado sí e igual que todos, había envejecido con ese cúmulo de aciertos y errores un poco cursis, otro poco olvidados y tanta historia para no recordar. Demencia le llamaban (pero esa era de todas las edades).


- IV-
Cada año en el día 10 del mes 9 en el cafetín 7, aparcaba todo su ser en la mesa de la esquina, la que siempre tenía tres sillas, una para él, otra para ella y otra para la justa distancia.


No tenían temas de los cuales hablar, no más recuerdos acumulados, tampoco música, arte, o un platillo nuevo. Quizá lecturas cortas que sugerir, el recuento de las mañanas idas de colores naranja y rojo, las noches de lluvia tropical o estrellas encendidas y nubes disipadas.

El encuentro era meramente el chequeo médico de un doctor a su paciente y su paciente a su doctor. Uno preguntándose por qué seguía acudiendo a su consulta cuando el dictamen era el mismo, la enfermedad no había cambiado y no había receta nueva. El otro con el mismo orden de preguntas. La conclusión, a ambos les había gustado lo mismo, dígase los bizcochos, el café, la vista, el sexo, y como las palomas huían por la plaza cuando los niños corrían en medio de ellas durante las breves primaveras.

Epílogo: Descanso para el viejo y sus deudos

5 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

No quiero ni pensar en la vejez.
Me parece una estafa insoportable.

Saludos.

Iraide dijo...

Uy... qué bonito relato.
Mm.. qué buena mùsica.
Ah... y qué bien te ha quedado el blog.

Besos

h.j.s. dijo...

Toro,
¿qué te diré? ahí se encontró ya el protagonista de nuestra historia... quizá somos estafadores y estafados,
besos

h.j.s. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
h.j.s. dijo...

Inz
Me alegra que te gustara el sitio... realmente es una parte del rompecabezas de esta que lleva la vida en fragmentos.
besos