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enero 30, 2019

Sobre olor de hierbas y disolventes

Extiendo la mano para pasarla por la nariz, veo si se mueve el estómago, realmente es el pecho pero no sabía que era ahí, si tengo dudas le aprieto la nariz y si se despierta, sé que está viva, que respira. Cuatro años, justo mi hermana estaba recién nacida. Estos eran los ejercicios que practicaba cuando mi madre descansaba y yo tenía miedo que estuviera muerta.

Alguna vez leí que a partir de los 30 años uno comienza a desarrollar el olor a muerte. No recuerdo la fundamentación del estudio, al decir verdad, la ciencia confirma que comenzamos a morir desde le momento en que somos concebidos, crecer, evolucionar es también morir. Estar vivo es básicamente una constante lucha contra el proceso de descomposición de nuestra propia materia. Nada nuevo, verdad. Sin embargo, en las situaciones más cotidianas, en las crisis instantáneas o aquellas que se vienen gestando lenta y pausadamente, a paso seguro y de manera silenciosa, le crispa la piel a una y se le revuelca lo que le queda de alma.

Despertarse huérfano de madre, de padre, de hermano, de hermana, de pareja, de amigos, no es tarea fácil, a pesar de la popularidad comercial y la sabiduría de ciertas culturas. La primera vez que abres los ojos después de ese día donde "una pesadilla" no es creíble, se borra dependiendo de tu cerebro, que decide si lo hace de manera absoluta o solo por fragmentos (los que puedas quizá manejar)

En resumen, no creo estar preparada para la siguiente tarea de este "normal curso de vida" (digo si seguimos condiciones de edad y salud), quedarme después de toda mi vida sin madre y padre. Puedo decir que en este momento, no estoy lista para el olor de la hierba recién cortada o los disolventes de nuestros muertos.

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