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agosto 10, 2015

Cuentos inconclusos

Me tiembla la nalga izquierda, un calambre que ha durado ya cuatro horas, no duele, más parece un tic que no permite concentración alguna, es como si insistentemente quisiera decir estoy aquí. Me salta el pecho y la barriga, "hay algo en el ambiente", lo juro. Está cansado este radio, no deja de pitoretear el problema fiscal que lleva 30 años ya. Los pulmones "halan" más aire, no se llena el pecho, el cuerpo hoy está independiente cada parte, ansioso, en incertidumbre y nadie sabe qué lo provoca. Siento una presión en la cabeza, está denso el ambiente, demasiada lluvia esperando caer. Doble luz: la lámpara y  la ventana, el teléfono y el ordenador. Dos sorbos más de agua, llevo 500 mililitros, ¿a qué hora me darán ganar de "mear? ¿Sería la llamada para una oportunidad? ¿sería la llamada para unos datos extraños? (no diría fraude, pero no me encaja lo que escucho por la línea), ¿será la ansiedad de los olores? Llevo zapatos rojos, altos, brillantes, bien hechos.

Estoy vieja, voy a salir a caminar; a ver si se recompone el cuerpo o lo que no es igual: para entender a la loca que llevo por dentro y que intenta desatarse a punta de sierra, pócimas y armónicos del ambiente. Si bien no la culpo, es lunes y esta  gente no está preparada para lo que viene.



noviembre 20, 2014

La bella durmiente

El problema es suyo, solo suyo...
no queda nada después de un trago
y
tres pastillas.
Quedas vos.
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Cuando estoy aburrida voy al jardín,
cavo un hueco y me cubro de tierra,
finjo,
algunas veces soy mandrágora
abro las ventanas de mi cabeza
vuelan mariposas.
Marchan de mí.
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Es molesto, dejarse el corazón aquí,
esperaría que al menos tuviera algún detalle,
lo cotidiano: que si atender al maullido
al buenos días
tener algo de respeto.
Usar algunas balas.

julio 10, 2012

Borradores de cuentos inconclusos: el viejo ¿y el mar?

"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla."
Gabriel Garcia Marquez

" (...)los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba". 

Amor en tiempos de cólera
- I -
Cada año en el día 10 del mes 9, en la esquina 7 el viejo se asomaba a ver si le volvían a citar en los libros frescos de las otras vírgenes, o si estas se paseaban al menos por su ventana azul como el recuerdo en que se habían convertido.



Contradictoria era la situación, pues al principio de su historia no quería que así fuera, solía decir que se le "estremecía el corazón" con esas hazañas idas. Sin embargo y más allá del tiempo le gustó semejante honor de ser citado, recordado por unos, amado (quizá) y odiado (tal vez) por otros. Aunque no era tan destacado como para generar semejantes pasiones, se guardaba en silencio esos sentimientos y muy de vez en cuando le contaba a sus congéneres de semejante situación; eso sí cambiando nombres, ciudades y años, por si acaso los hechos se unieran alguna vez. Además, él era muy respetuoso.

- II -
Cada año el día 10 del mes 9 en la esquina 7 donde tenía una estancia, el viejo servía la mesa e invitaba a la antigua familia ya crecida. Como siempre ofrecía cerveza, vino, pisto, pan, ensalada, carne y pasta horneada. No en vano cocinaba todo el día.
Extraña era la situación, pues se sentaban a la mesa a festejar algo que nadie más entendía, ni se explicaban el rito de la fecha. Quizá era por haber escrito su propio libro, aún sin publicar o por el resultado de sus acciones de una vieja compañía de transporte.

Siempre en retrospectiva se decía que aquello no era una novela de amor fallida como "La amaba" de Ana Gavalda, lo suyo fue más allá de un acto mediocre un buen tino cristiano de un ateo. Sin embargo y por otra parte, no sabía por qué, aún a estas alturas ya algo cansado, rasgando la olla de las ilusiones, seguía sintiendo esa hambre de alguien más, de allí sus exorcismos en la cocina.

- III -
Cada año en el día 10 del mes 9 como costumbre, el viejo renovaba "el culito" de vela de una de las criptas de su alma, rezaba 7 aves marías y  algún padre nuestro inconcluso, esperando una absolución, para "algo" de
 tiempo atrás que no recordaba la fecha de inicio del rito, ni el motivo o la razón de seguir haciéndolo. 

Los años no pasaron a la ligera aunque los días parecieron ir a la deriva. El peso de su cuerpo le presionaba el doble en este presente, lo notaba con la dificultad al caminar o sostener un cigarrillo entre los dedos sin que el pulso pareciera una aguja de medición. No leía velozmente y el intercambio de lentes entre cerca y lejos, lejos y cerca era un fastidio más grande que su poco cabello o su viejo oido. Realmente le disgustaban los inviernos así como los veranos y se estancaba en las primaveras y los otoños. Había cambiado sí e igual que todos, había envejecido con ese cúmulo de aciertos y errores un poco cursis, otro poco olvidados y tanta historia para no recordar. Demencia le llamaban (pero esa era de todas las edades).


- IV-
Cada año en el día 10 del mes 9 en el cafetín 7, aparcaba todo su ser en la mesa de la esquina, la que siempre tenía tres sillas, una para él, otra para ella y otra para la justa distancia.


No tenían temas de los cuales hablar, no más recuerdos acumulados, tampoco música, arte, o un platillo nuevo. Quizá lecturas cortas que sugerir, el recuento de las mañanas idas de colores naranja y rojo, las noches de lluvia tropical o estrellas encendidas y nubes disipadas.

El encuentro era meramente el chequeo médico de un doctor a su paciente y su paciente a su doctor. Uno preguntándose por qué seguía acudiendo a su consulta cuando el dictamen era el mismo, la enfermedad no había cambiado y no había receta nueva. El otro con el mismo orden de preguntas. La conclusión, a ambos les había gustado lo mismo, dígase los bizcochos, el café, la vista, el sexo, y como las palomas huían por la plaza cuando los niños corrían en medio de ellas durante las breves primaveras.

Epílogo: Descanso para el viejo y sus deudos

junio 17, 2011

Sí, yo también te quiero

Semanas de todo un poco: leer basura, ponerme al hilo en planificación, solo llegar al periódico y las noticias de la radio o de la web;  en fin, no dedicadas a algo que nunca he dejado de querer, la lectura a libros de tinta y papel. Tengo en mis manos un regalo nuevo: El Ocho de Katherine Neville. Confieso que no sabía que esperar de este, ahora tengo que decir que, en definitiva hurtaré un párrafo para colocarlo en el blog; sin embargo eso sucederá cuando termine la página 626, mientras tanto diré que tiene uno de los juegos que más me gustan y menos practico ya, el ajedrez.

Ahora bien, como una de mis amigas queridas ha sido tan amable de corregir (para nada) el estilo de un escrito que lleva meses llenándose de polvo virtual, decidí que por hoy lo dejamos guindando en la red, como para tener suficiente tiempo de seguir con la otra lectura que luego reseñaré.

Correcto, lo que leerás es parte de esos grupitos llamados Cuadernos sueltos, como diría Gil Evans (palabras más o menos) en una de sus entrevistas, en el jazz se han tocado cosas terribles también, aún así cuando lo interpretas y lo grabas, esos 3 minutos de grabación generan un sentimiento de gloria. Por supuesto lo que sigue es algo como eso.


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El ajedrez es la vida, Bobby Fischer

Mientras me fumo esto, hábito que he adquirido a fuerza de querer huir de espacios cargados de gente, me retoma a la cabeza lo que apagarse conlleva. No significa que se acabó el combustible del tanque de gas y dejó de funcionar la estufa, o que los carbones no dan para más y se quedaron completamente negros, o que se desinfla el globo aerostático - me gusta volar-, ni siquiera se trata de las últimas horas de un moribundo. Me refiero a lo que piensas, el paso único de los años.

Después de la ducha me miro el espejo y noto la barbilla saludando el sur, los pliegues cuelgan de las extremidades de las orejas, las manchas de melanina aparecen irregularmente hasta en los rincones no expuestos al sol. Sigue esa tos grosera instalada en los bronquios, el cabello seco, -recuerdo que nunca le he dado tratamiento alguno- Mi cara, la porosidad en obvia, amplia en sí misma y extendida, la navajilla ha dejado sus marcas en el camino que mi mano ha hecho cada mañana desde los 16 –bueno hay algunos días de excepción como es obvio-. Sí la cara, esa cara que conozco de memoria y sin embargo aún necesito espejo para poder recorrerla; estos surcos no me molestan y la malla de arrugas tampoco, no me considero tan vanidoso, nunca lo he sido digo yo. Sin embargo a lo que no me acostumbro es a estos ojos míos; es menos lo que puedo ver y no hay cirugía que cambie, solo "retardamientos" y eso de usar dos tipos de lentes que si de cerca o si de lejos, que si para mirarte o para dejarte de mirar me tiene algo frito. Ahora noto menos lo diferente, según yo sigo teniendo un poco más de veinte, bueno y un poco menos de cabello. No veo tan radicales los cambios en el espejo, ni siquiera la gravedad de la permuta de dirección de mis dedos a pesar de que lo visible es tan visible y que lo oculto da cierto miedo volverlo a ver con lo cual, es más sencillo ignorarlo.

Me he comenzado a preguntar si mejor sigo con esta vida que elegí, si mejor no hago estos cambios tardíos de mis hábitos, en todo caso me siento más cómodo con esta forma mía de ser, por eso es mía, además y total ya he recorrido más de la mitad del camino, aunque esto no lo diga en voz alta o lo mande al bote de las cosas que no quiero pensar. -Ciertamente aún soy joven-.

No quiero rumiar mi decisión y mis indecisiones, me da una flojera tener que explicar, el deber de ponerle palabras a todo o la responsabilidad que se va cargando en la espalda como joroba invisible. Me gustaría eso sí recuperar la ilusión, pues ya ni me arrepiento, tomo caminos en donde el dolor de barriga que me generaban las cosas es superado de manera simple como las mareas de vida diaria o solo con una pequeña omisión; el furor me alcanza en el mejor de los casos para algunas semanas y ya no sé si para meses continuos. Cada cierto tiempo tengo hambre de otras. Ciertamente doy gracias de que estés, pero es esa mezcla de excitación tardía y gratitud anciana de que andes en mi vida como ese fruto fresco que me gusta, que alcanzo y que por su propio ritmo me cansa, me hace cierto ruido.

No puedo disculparme por lo que he dicho, aunque finalmente debería de hacerlo, pero ahora te voy a dejar y me voy a dejar. Es un abandono doble y una decisión que justificaré como la mejor, así es, me gusta lo que soy aunque no lo diga y he ejercido eso en todos estos años que al fin de cuentas no son tantos y ya lo son.  Sí he pensado esto de irse apagando lentamente, todo se nos apaga unas cosas más rápidas y otras más levemente.  Lo cierto es que estoy muerto en vos hace tiempo y vos en mí, pero finalmente estar muerto me ha gustado, lo hemos llevado bien tal como la mano durante todas estas décadas con la navajilla, pero no te preguntaré que piensas, ya lo sabes me cansa esto de ponerle palabras a todo, aunque deberíamos, aunque es necesario para llenar estos vacíos y estas interrogantes cuya respuesta ya sabemos.

Lo sabías, iba a fumarme todo esto, iba a preguntarme cómo se apaga uno lentamente mientras durara el cigarrillo
. Quizá siga pensando en algunas cosas y me salten penas o dudas en una mañana de esas, como las lluvias que se dejan repentinas al inicio de las primavera en medio del café y la comodidad. Más ambos seguiremos con actitud colega y de amigo, de mártires, de amantes idos, de vecinos, hasta que el tabaco muera.

Sí yo también te quiero.