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julio 31, 2023

Relatos cortos y otras aventuras el N. 3

Hola gentecita 

Cierra el mes de Dorothy y la muy vagabunda no posteó como siempre en su cumpleaños, bueno quisiera enmendarlo. En las próximas semanas subiré 4 cositas que tiene que ver con mis recientes exploraciones; espero que lo disfruten. 

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Me acostumbré a la nueva compañía, a pesar de que solamente yo ocupaba ese apartamento de paredes blancas, en el sistema de edificios blancos de 3 pisos, con una fuente blanca que brotaba de las entrañas del lugar y construcciones arañando un peñasco, ¡vaya combinación de planificación urbana! Vivía en un segundo piso, con mirada hacia el oeste, desde un punto donde ninguna construcción del frente ocultaba mi visión de los pinos, o las salas abiertas de los vecinos; sin embargo, del atardecer solo me separaba una puñetera montaña que no dejaba, pero ni un cachito de sol para mí. 

 

Puntual todas las tardes desde las 5:55 y hasta las 6:10, con suerte a las 6:12 sentías un cambio, allí era cuando subía una neblina desde la hondonada. No importaba si era domingo, lunes o jueves, si era navidades o estación seca, si estaba acompañada o sola, siempre, siempre pero siempre, estaba a tiempo, como si fuera un Omega Diver 300M Co-Axial Master Chronometer Azul. Podría de vez en cuando darse un retraso o un adelanto, ese, era producto de la estación. 

 

Generalmente era ella, lo sabía por su sonido, otras veces era él, lo conocía por su sabor y la mayoría del tiempo no era nada. Se desplazaba sin pudor de manera ascendente, ligera, envolvente, llegaba a uno de los dos balcones, juraría que entraba primero a la estancia y de último a la habitación, pero al decir verdad era simultánea y los ventanales desaparecían, la podía ver caminar, silenciosa, ligera, inmaterial, sabrosa y redondeada; ciertas ocasiones era nieve en la lengua, otras se convertía en hilos de hielo por los brazos y al llegar a la pared trasera sentía urgencia de no darle la espalda, para ese momento, había desaparecido. 

 

Al principio cerraba las ventanas y solo dejaba abierto un resquicio discreto, por el cual se colaba un olor profundo a madera; en otras cuando nos acostumbramos la una a la otra, ambos espacios quedaban abiertos y no me preocupaba si mi boca también. Entraba por los ojos, por las comisuras, la nariz, por el pecho; no lo sé, había días que tenía ese gusto verde de más musgo y menos tierra, muy pocas veces supo a flor, ni siquiera tocaba los aromáticos del improvisado jardín, nunca tuvo esos sabores. 

 

Hubo días que le temía, los de hielo, traía pesada y silenciosa la altura del sitio hasta la ventana; en esos momentos si la cerraba, descubrí que gritaba y era dolorosa, lograba un cambio de ánimo en todo. Cuando llovía, si las ranas no hacían su sonido de palitos de bambú lloraba al chocar mientras se colaba a fuerza de un viento que lograba quebrar los protectores metálicos. 

 

Al final fue mi compañía, al caminar por las tardes después del trabajo, si iba por una café en mi esquina de Cyrano, subía conmigo las 43 gradas hacia la avenida, envolvía la hiedra de mi pasaje favorito y se tornaba más oscura en el trozo más amargo. Llegó el día, debía marcharme, y lo que más extraño en este orden fue su alimento a mis días, su confianza al llorar contra mis ventanas, el cantar de las ranas cuando llovía.  

 

La noche anterior antes de entregar las llaves, no hubo nada, no hubo neblina. Me explicaron en alguna ocasión que era el agua del río que nunca vi la que hacía posible que, a esa hora en ese único lugar, en un radio de un kilómetro y medio estuviera. Por mi parte, tengo otras hipótesis. 

enero 30, 2016

A medio camino de esta vida

Fotografía archivo personal, 2016

I have been bent and broken but, I hope, I am into a better shape

Tengo unas tremendas ganas de vértigos y alturas... espero no haber olvidado cómo hacer para lograrlo. 

No puedo decir que ciertamente, sin embargo aprendí que al menos debo pagar una póliza, ahora me falta buscar el tipo y saber cuando.

Rápido van los trenes y yo a media vida. 

No cambia esto de tener pensamientos sueltos y dispersos.

diciembre 20, 2014

Nostalgia del Bosque de Arquímedes González Torres, Nicaragua

Nicaragua, ese país que tiene tanto que contar... quiero copiarles algo de un escritor que es una joya, quien fuera elegido por el Instituto Goethe de Alemania como autor emergente de Centroamérica y de ahí traduce al alemán su obra.

Nostalguia del Bosque.

Dicen que maté a esos niños, pero juro que no.

Los cráneos encontrados en mi casa los descubrí en el bosque un día que recogía madera. Recuerdo que caía una llovizna leve, de esas que no empapan.

Me adentré en el bosque y fui a la colina en busca de pedazos de madera porque soy escultor y obtengo mi material de ramas caídas para cortarlas, tallarlas, pintarlas y vender figuras en el centro.

Iba con mi bolso en el que guardo el serrucho y de pronto, tropecé con un pequeño promontorio.

Bajé la vista y ahí estaban: dos cráneos semienterrados sin cabellos ni el resto de los huesos. Los recuperé y los miré largo rato, pensando qué hacer. Confieso, fue mala idea traerlos a la casa, pero no imaginé que a esos niños los habían matado porque ellos me contaron otra cosa.

Les quité la tierra y el lodo acumulado. Tenían mala dentadura, los cepillé y los acomodé en la mesa de noche. Me senté en el sillón y los observé. Cansado, los coloqué en la repisa y al día siguiente, ahí estaban.

Ya no estaba solo.

Al principio no hablaban pero se les quitó el susto de ser encontrados y de poco soltaron palabras. Uno se llama Ignacio y el otro José. Huyeron de su madre y se vinieron a la capital en donde se sentían felices de estar libres de maltratos.

Pero las malas amistades los arrastraron a los barrios más peligrosos y ahí conocieron a otros niños sin inocencia. Olieron pega y de tanto hacerlo, se les olvidaba comer y con los años no recordaban ni los nombres de sus padres.

Robaron en viviendas cercanas, los atraparon y les dieron palizas porque la Policía no podía detenerlos, sin embargo cada día se hacían más fuertes y experimentados. Corrían detrás de una mujer y zas, le quitaban la cartera o esperaban que sacaran el dinero y chas, se lo arrebataban o seguían a su víctima y pum, le daban de golpes, bangán, de patadas y le quitaban los zapatos, la camisa y los pantalones para cambiarlos por pegamento.

Fue Ignacio el que enfermó. Del ayuno estaba enflaquecido. No le quedaban fuerzas y José se esmeraba en cuidarlo. En las mañanas José salía en busca de algo qué robar, regresaba con la pega y le daba al hermano para reconfortarlo.

En la pocilga donde vivían con los otros diez muchachos, José descubrió que abusaban de Ignacio y eso no lo soportaría. Suficiente habían aguantado con su padrastro.

Se fueron de ese horrible tugurio y se quedaron en el bosque. Pero Ignacio en la intemperie se puso peor, con fiebres y vómitos de color negro y un día, José no logró despertarlo y se quedó junto a él consumiendo los cuatro vasos de pega que había conseguido dos días antes.

José se sentía muy mal por la muerte de su hermano y le dio por no comer. Robaba, compraba pega y corría al bosque porque al tardar, los zopilotes y perros aprovechaban para arrancar y devorar una mano, un brazo o una pierna de su hermano.

Un día, José descubrió que había muerto.

Por muchos meses la pasamos alegre haciéndonos compañía, sin embargo una mujer lo estropeó todo. Vino a buscar una de las piezas que me había encargado.

Ignacio y José oyeron golpes en la puerta y me gritaron:

—¡No la dejés entrar!

Pero no hice caso.

Al ver los cráneos su expresión fue de espanto, pero la tranquilicé:

—Son Ignacio y José —le dije presentándolos.

Me denunció a la policía y desde hace dos años estoy en esta celda insistiendo en mi inocencia y padeciendo, porque me alejaron del bosque, de Ignacio y José.

agosto 17, 2010

La enfermedad de mi risa


El doctor, el amigo, el colega, el exmarido y la suegra, entre otros me dicen que ría. Sin embargo yo río, no agua, pero sí río, no a bocanada abierta sino de manera discreta, con cercanía y complicidad como los riachuelillos que se forman al inicio de la peña. 

Tengo que decir que aunque tengo ganas de agua grande, de pulmón abierto resulta que no puedo. Esto es producto de algo más profundo que no sé si lo puedo explicar y tiene que ver con mi limitación física. Imagínense ustedes como ser río suelto, arrasador e intenso si me hacen falta tres muelas, un diente, dos amígdalas y no se cuantas cosas más que dejé perdidas en el transcurso de mi crecimiento. 

Pueden ahora comprender cuando me vean en la calle la razón de mi cara, o acaso les parece que ¿podré reír completo? o si voy al dentista reiría remendado. Entienden entonces el motivo por el que no río. Je,je...

agosto 15, 2010

Espirales

"Hay una atmósfera de suspensión, como si todo lo que hay alrededor nuestro estuviese esperando que algo ocurriese." William Somerset Maugham.

No eligió tomar el papel de Penélope, el cual piensa es solo un nombre bonito, no una historia griega. Ni siquiera analiza lo que hace: asomarse por la ventana y mirar hacia la calle, sentarse por enésima vez a chequear el correo electrónico a ver si alguien ha escrito -pues ya no llegan más que recibos por el postal-. Intentar escribir su primer libro -en el cual lleva años ya-. Buscar el teléfono móvil a ver si han llamado -aunque los sábados nunca hay llamadas, ni los domingos tampoco- Buscar en los papeles del escritorio las notas clasificadas a la izquierda debajo de los cuadernos para elegir la que volverá a leer- Pensar en Whitman y decirse como una oración -no desfallezcas si no me encuentras pronto. Si no estoy en un lugar, búscame en otro. En algún lugar te estaré esperando - No le gusta tejer, el "quilting", el macramé o esas tareas que según ella están reservadas para las personas aburridas. Dibuja mucho, muchos garabatos en carbón o con pinturas de tres colores siempre para luego desechar los trabajos. Busca pretextos para decir que aún no ha llegado la oportunidad. Sueña con cambiar de trabajo -este es de reciente adquisición- Se tira al sofá, intenta ver una película cualquiera, una serie, no una novela. Le da vuelta al reloj, busca el olor de sus presentimientos en el aire, los que se confunden con la carga de la estación lluviosa. Toma café, ordena la estancia, se apuña las manos, se sienta en el sillón, en este caso le han dicho que no es su tarea, que ya ha hecho, ahora son otros los que deben hacer -es insolente dejar en otras manos parte de un futuro-. Se pone de pie, come un dulce, se asoma a la ventana, regresa a la computadora a relamer las teclas.