buscador y encontrador

noviembre 21, 2010

Borradores de cuentos inconclusos: el circuito del miedo, los cazadores

Saltar de un árbol a otro, correr, esconderse, mimetizarse, ser lo suficientemente ágil, pasar desapercibido, todos son oficios que a veces se entrenan despacio, pero que se emplean de una sola vez cuando se huye. La adrenalina se agolpa en el cuello, en los músculos, en las extremidades, haces uso de todo, piensas rápido, corto, sucinto, te asustas mucho, te aceleras, luchas por sobrevivir, haces curvas, rectas, te pegas a los rincones asquerosos. No te detienes nunca, no se puede una detener, pues para ese momento ya no estarás viva. 

Los cazadores amigos tiene sus mandíbulas tensadas, sus músculos tensados, sus corazones saliendo por las comisuras de sus colmillos junto a la baba y el odio, los ojos nublados, podrían ser buenos "sujetos" sin embargo no lo son. Ambos luchamos, ambos hacemos el máximo esfuerzo, ambos corremos como no lo solemos hacer, más ellos son tres y medio y yo solo soy yo y mi miedo, mi oportunidad de morir y mi deseo de vivir. Como duele esto. Ambos luchamos, me he caído, me duelen los pulmones del golpe, salgo al claro, entro a los oscuro, corro, sigo corriendo, intento trepar. Subir es una opción de alejamiento. No lo logro, no es cierto, como duele sentir las mandíbulas en el costado, verse la sangre en el cuerpo del otro y el de uno (no sabía que corría tanta por mi cuerpo). Saber que en cinco segundo más seguirá otro dolor. El de quedar atrapada y después ya no seré lo que recuerdo, lo vivido, ya no estaré. Ya no...

noviembre 17, 2010

Borradores de cuentos inconclusos

Tenía que regresar. Si bien el cuerpo le permitía hacer más o el cerebro no se había cansado aún -pues ambos estaban acostumbrados a empujar los límites, a vivir de la nada-; sus bolsillos no daban una gota ante tanto desajuste y tanta ausencia.

El tiempo se había acabado en el trabajo y los que no sabían, los ignorantes de todo el cúmulo de sucesos, exigían su presencia, la paciencia acostumbrada y el buen tino de su peculiar carácter.

Regresó como se había marchado: andando, retomando las huellas que había hecho cuando caminaba hacia delante, hacia el fin, según él. Cuando poco faltó para tirarse por la línea de los rieles, por el salto de un viejo río o buscar con más fuerza para encontrar a la orden el conocido veneno contra hormigas.

Al llegar a la última colina que abría paso al valle vivido, sintió el cuchillo en la barriga y el ardor en el cuerpo. Cada montaña de las que había sembrado estaba arrasada. Era más pobre ahora, mucho más… más viejo, más desilusionado, con menos fe -si es que alguna vez la tuvo-, con más arrugas y lo que más le estorbaba es que estaba más triste y más enojado.

Volvió la vista en una larga mirada hacia toda la tierra con su base y sus bordes, reconoció el silencio y la ausencia, la miseria, el conteo menudo de los detalles, las preguntas de siempre, la pobreza de las fuerzas y de los esfuerzos. Se volvió a encontrar anciano, mala persona, torpe, dispuesto a probar labios "viejos" con aprensión a su propia repulsión, con miedo a reconocer que ya no era el mismo, a hacer por temor a su propia condición.

Había logrado quemar la mayoría, sino arrancarla o intoxicarla con el combustible. Destruir significó que ya no estaban más que los rastros de cada campo que había sembrado en conjunto o solo por su motivo. Los espacios de bosque, los de flores perennes, los de plantas estacionales, las medicinales, las piedras colocadas en murillos, las otras que dibujaban rutas. Todo lo posible de quemar fue quemado.

Hacían falta cosas sí, la casa -bueno nunca existió se decía-, los papeles, las notas, las cuentas bancarias, las fotografías, las cintas sueltas, la bebida reservada, quedaba aún todo lo que no se podía quemar, ni fumar, ni embriagar, ni abortar tal como las palabras y los sucesos.

En esta ocasión, no había como en otras un sol resplandeciente aunque fuera una tarde seca. No había una de esas brisas frescas de los libros y las historias, no había mas que nubes grises que se comían los bordes blancos que parecían brillar a lo lejos. No había nada, ese era el precio del retorno, el clavo ardiente de la soledad y el contenido de la basura.

noviembre 10, 2010

Variaciones aburridas de un tema

"Octubre, las carroñeas sobrevuelan mi cabeza.
Quizá, solo quizá miren lo que otros no pueden ver

Tiempo de migración,
nubes negras, anchas alas, remolinos al atardecer

Quizá van, solo quizá van al sur.
Yo sin embargo, sin brújula, sin alma, sin ojos sin alas.

¡Como deseo estar de regreso!"

Sade me gusta en definitiva, tiene un voz, una melodía que pareciera embalsamar. Hay una canción que escuché cientos de veces, eso sí menos que Sin Embargo de Joaquin Sabina (la cual fue tocada de manera continua en periodos de trabajo loco por más de 8 horas, como si no hubiese otra tonada... Aquellos tiempos con Cristina, eran aquellos.), volviendo a la canción se llama No Ordinary Love.

Lo curioso del tema es que nunca le puse tanta atención a lo que significaba la letra, hasta que se convirtió en un hilo que me movía parte de las náuseas. Extraño verdad, pero es cierto, a veces le damos más contenido y carga emocional a cosas o situaciones de allá afuera de lo que merecen, quizá sea que de cierta manera nos sentimos enlazados con otros, menos solos o más comprendidos, menos abordados (evitando así hablar de nuestras culpas y miedos) y un tanto acompañados. Pongo un "pedacito" (no de cielo sino de canción), si  leen sin contexto, es tremendamente rosa y cursi, si escuchan la música que la mujer le puso, se aprieta alguna parte de uno y algo más. ¿A poco no?

Sade - No Ordinary Love

"I gave you all the love I got
I gave you more than I could give
I gave you love
I gave you all that I have inside
And you took my love
You took my love (...)

Didn't I tell you
What I believe
Did somebody say that
A love like that won't last
Didn't I give you (...)

Keep trying for you
Keep crying for you
Keep flying for you
Keep flying and I'm falling
and I'm falling"