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mayo 21, 2009

En sus espacios

Hablando y hablando en esta tarde, dos cosas quedaron flotando para el resto de la noche. La primera, que dentro de la invasión continua de la vida de hoy, en donde no necesariamente eliges qué tomar o compartir, la lectura sigue siendo "un ejercicio" en el cual puedes "entrar o salir".

La lectura se puede abordar y dejar sin más, en principio no afecta si te gusta o no un escritor, lo tomas o dejas sin mayor resistencia. No es como el ensordecedor sonido colado por el oído, o la imagen saltona de un monitor, ni el edificio estrambótico diseñado por un burlista del buen gusto. Ni siquiera la nariz abofeteada por el perfume de "boutique" con remarcado olor. Sí es una decisión (por favor evitemos las excepciones, reconociendo que las hay).

Lo segundo, los signos. No se crea que esto de los signos es acerca de las formas en el Valle de Nazca, o los círculos elaborados sobre el pasto de Gran Bretaña, la canción de Soda Estéreo o lo que dicta el monitor de un hospital. Me refiero a esos objetos de la vida cotidiana que contienen una clave para más que un pequeño grupo, llevando un dinamismo propio, evolucionado y desapareciendo -si fuera el caso- frente a nosotros.

Podría pensarse en el idioma por supuesto. Yo pensaba en lo segundo que se "quedó en mi cabeza" la campana. Según me contaban, en los pueblos viejos los sonidos de las campanas eran parte de un código noticioso para comunicar la muerte, el incendio, la misa, la congregación, la llegada y más. Ahora con suerte, la campana anuncia la misa de las 8am y las 6pm. en el fin de semana. Ya no significan "eso de antes", son testigos mudos viendo pasar los tiempos y las nuevas generaciones, pero de vez en cuando parece que nos cuentan historias.

Hasta aquí. La perolata de hoy termina en este momento, entre mis símbolos y signos (rebuscados diría un amigo) con el libre albedrío de decidir enviar esto al bote de la basura o leerlo e iniciar conmigo una lista de símbolos y signos perdidos y encontrados.

septiembre 01, 2008

365 días

No te parece que por si solo es un regalo, el pensar que has generado algo nuevo. Casi es sentirse como pandora abriendo su caja de piedras y sorpresas (claro sin la línea del desastre, aunque también puede ser), y quizá sin la petulancia de esta o de un dios cualquiera. Podría decir que por primera vez se siente uno artista, capaz de hacer, conquistador de lo indómito y sonriente sin sentido.

Confirmo que ser artífice de un cambio, quizá sin haberlo esperado o deseado, sin haber entrado en estado de gestación por nueve meses, o sin haber movido hilos para tejer algo, nos deja con los ojos dilatados de inmensa sorpresa.

Es cierto que cambiamos, al mezclarnos el suficiente tiempo para que alguien nos conozca o le conozcamos, sea por antagonismo o por paralelismo, por conjunción de nuevas energías, o porque sus piojos pasaron a ser los tuyos en un salón de clases, porque el emparedado que se cayó lo limpiaste en el pantalón, lo comiste y lo compartiste, porque llorar cambia, porque el “uso y desgaste” nos lleva a moldearnos la vida.

Nosotras las personas, encontraremos en algún punto de inflexión que la ebullición nos ha llevado a otro lugar. Que ya no somos los mismos y estaremos más sorprendidos, cuando allá afuera nos demos por enterados que nuestra vida es otra.

Decisiones matizadas de otra tonalidad. Acercamiento desde espacios no pensados. Paladeo de sabores “nuevos”. Visualizaciones con ojos expuestos a otra intensidad de luz. No somos los de hace 53 semanas atrás. Hasta la panza es nueva y el intestino más viejo o el surco más profundo.

La constante es el cambio tanto como no darse por enterado siempre. La realidad es que los años nos llevan en tropel y nosotros vamos cargando de cuanta cosa la cajuela del automóvil, sin a veces percatarnos.

¿Qué será lo que observamos cuando de vez en vez volvemos la mirada hacia la distancia?, cuando llega o se marcha la gente. Cuando en definitiva sabemos que no somos los mismos, que ya recorrimos lugares, los cuales han vuelto a aparecer lejanos pero esta vez porque no los frecuentamos. No es acaso un cambio darse cuenta que además tenemos el valor de ver eso, de reconocer que unos nos cambian a otros. De que los otros nos significan tanto. De saber decir lo que ansiamos.

Mi vida es otra diametralmente en tanto, desde hace 365 días atrás que más bien parecen años.