La brevedad de la poesía, a veces hace que se enrede sola con sus pies, en otras, uno vuela sin límites, se dice de todo en una cuantas palabras, que no son unas ni cuantas...
"Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas
a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol -en verano-
y se calla.
(¿Dije tranquilamente?: falso, falso:
uno se sienta inquieto haciendo extraños gestos,
pisoteando las hojas abatidas
por la furia de un otoño sombrío,
destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos,
mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,
escupiendo en los charcos invernales,
golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas que permanecen indiferentes al paso
de la primavera,
una primavera urbana que asoma con timidez los flecos de sus cabellos verdes allá arriba,
detrás del zinc oscuro de los canalones,
levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a punto de ser polvo.)
Eso es cierto, tan cierto
como que tengo un nombre con alas celestiales,
arcangélico nombre que a nada corresponde:
Ángel,
me dicen,
y yo me levanto
disciplinado y recto
con las alas mordidas
-quiero decir: las uñas-
y sonrío y me callo porque, en último extremo,
uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las palabras"
Ángel González
No tengo mucho que contarles, pero si pasan por el Instituto México este 10 de diciembre por la noche, venid a ver la exposición anual de grabado y estampería, habrá mucha gente que sabe de la inutilidad de las palabras.
Imagen de archivo personal Título "El espejo", grabado |