Necesito el sol para que dore los mandarinos de cáscara gruesa frente a mi ventana; para que los granos de café que se suponen deben estar listos entre noviembre y febrero, no lleguen a marzo y abril; para que reviente de rojo la sandía; para que salga de mis pulmones el polvo verdoso del moho; para que se descascaren las placas pesadas pegadas a mi espalda.
Necesito el sol como esa dosis que luego de los meses permite que ame con desesperación la lluvia; para que me cobije en medio del espacio abierto y solitario; para que caliente la arena por donde pisar es vida.
Necesito la luz y el calor como sustituto y complemento.