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marzo 17, 2011

La piel del miedo, Javier Vásconez

El placer por la lectura comenzó con los mundos que dibujaba mi madre en las historias que me relataba, las que fabricaba de cualquier cosa mientras me llevaba caminando por los alrededores de la casa. Luego ella me enseñó a leer cuando ya no podía contármelas más, así me lo dijo; tendría yo 4 o 5 años y leía en voz alta diciendo, punto, punto y coma, fue una crisis comprender el punto y aparte y el punto y seguido. En fin, ella junto con una de mis tías y uno de mis hermanos hicieron el grato favor de permitirme descubrir la literatura.

Joven, más joven, más fresca, más ingenua y bastante quinceañera, pensaba que había nacido en un continente algo verde y en una época poco interesante. Sin embargo como el tiempo permite que uno se pueda desprender de ciertas petulancias para cargarlas con nuevas, me dejó encontrarme con libros de grandes que muchos conocemos. Descubrir América Latina en la literatura es delicioso a pesar de que solo escuchamos de 1 persona de cada 100.000 que escriben, intentan o hacen. Es así como se fue poblando mi vida con Borges, Mistral, Girondo, Darío, Paz, Rulfo, Vallejo, Gallegos, Martí, Benedetti, Lispector, Lillo, Neruda, Guillén, Bolaño, Asturias, Cardoza, Amado, Caicedo, Debravo, Dobles, Oreamuno, Sabines, Onetti y blah, blah, blah.

Un día de esos y varios más me saltó el vacío del fin, de la muerte de los que leo, no porque me conocieran sino porque se agotaría todo, pensaba en las casi nulas posibilidades de quienes podrían renovar lo que siente, piensa y sueña esa tierra linda. Ciertamente no contaba con esos vivos como Márquez, Galeano, Mutis, Ospina, Fuentes, Llosa, Ramírez, Peri, Belli, Gelman, Sepúlveda, Restrepo, Mastreta, Bryce Echenique y cuantos más que no he leído y están allí afuera, aunque hay unos y otros que pueden ser llamados maestros y no.

Me gusta saber que por ahí, en algún sitio, hay alguien que tiene esa inmensa capacidad de enamorar con las letras, de atrapar, de crear, de suspender y que algunos de nosotros seremos tomados como bichos en telaraña en esta tierra dispersa llamada Latinoamérica, que está viva, que vive en iniquidad, con petróleo, bosques, mares, oxígenos, con muchas palabras aún por decir, con caudillos sembrados en uno que otro país, que lucha ante la violencia, que es desordenada y en plena construcción. Todo esto para una muestra, un botón:

"Desperté en medio de la noche con el ruido de los disparos en el corredor, fue como si rebotaran desde el rellano de la escalera hasta mi conciencia y, unos segundos después, el estruendo había prendido como un relámpago dentro de mí. No tengo una imagen coherente de cómo reaccioné ante esa cadena de disparos y los insistentes alaridos de mi madre. sólo a través de los gritos supe que estaba viva. La violencia había estallado, era un volcán derramando lava ardiente ante mis ojos. Tuve un presentimiento. Me escondí entre las sábanas y todo se tiñó de una blanca reverberación. Corrí descalzo hacia un rincón del cuarto, busqué refugio detrás de un sillón, pero el horror que experimentaba era tan frío como las tablas debajo de mis pies. Me preguntaba quién había disparado en medio de la noche y había hecho añicos el delicado cristal de mis sueños. Sentía un torbellino en la cabeza. Al abrir los ojos perdí el equilibrio y me encontré apretando con las uñas el borde del sillón. Con sigilo de gato cambié de lugar, respiré con ansiedad, sentí humedad en la nuca y las palmas de las manos. El miedo se expandió por todo mi cuerpo, contagiando mis nervios hasta alimentarme con la sangre de la violencia. Alguien tendría que haberme advertido lo que debía hacer. No sabía como comportarme... Tenía diez años, pero esa noche comprendí que el miedo nos multiplica..."

Este libro trata de la historia del dolor, de la vida con epilepsia y algo más.

marzo 10, 2011

De la memoria y de los bits


El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dijo que cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa.  Misma cosa comentaba Eduard Punset sobre las investigaciones últimas de comunicación, en la que se apunta que se ha aprendido a olvidar los recuerdos insulsos frente a los que han representado algo en la vida. Sin embargo lo efímero y lo perdurable se han relativizado más en este mundo de la comunicación, donde parece que todo se ha convertido en efímero, con diferencia de minutos, semanas y cuando mucho meses.

La maravilla humana se comunica, sí sabemos más que nunca lo hace por Internet; partimos del principio que enviar un mensaje, una cadena, colocar un post, escribir un artículo en aquella materia en la que nos sentimos más diestros, duchos o posibles hace que nos vinculemos. Que lo digamos todos los seguidores en el libro de las caritas, de las fotografías  o de los blogs.

Desde hace años se escriben artículos, posiciones y por qué no teorías acerca de la evolución de la comunicación, esa planteada bidireccional (emisor receptor, canal, mensaje y viceversa), más no necesariamente cierta o de contacto a pesar de la vinculación, en este caso la realizada por la red. De allí las comunidades de aprendizaje, los estudiosos de la materia y las preocupaciones de decenas de países por las formas de aprender y enseñar en virtualidad pues cada vez más “invertimos” más tiempo ante una pantalla cualquiera que ante el calor de los cuerpos.

Hace dos décadas atrás no hubiésemos pensado que se podía tener “una relación” por la red virtual, de esas en las que se tejen esperanzas, se desdibujan miedos, se cifran futuros o se construye con las personas, bien las de coleguitas o seguidores de espacios. Sin embargo es risible ya que antes de eso muchos vínculos se daban por medio del teléfono y más atrás por cartas o mensajeros. La no presencia quizá ha sido una constante en la comunicación humana que nos cuesta admitir.

Ahora me pregunto ¿cuántos de nosotros no hemos tejido relaciones que llamamos profundas por la red? He de decir que hay vínculos que yo he construido de manera más fuerte por el internet con limitados, pocos o ningún abrazo, los que son esenciales para mí. Así como he tenido alguna vez una relación que se construyó como los naipes en medio del desierto, en el aire, en lo seco, en lo poco fértil, que produjo cosas maravillosas, que me dejó pobre, pues realmente era yo con mi circunstancia y así quedé, en la nada.  

Quizá sea que el uso de la distancia  lo que nos gusta y “nos salva” de los compromisos o de ciertas cosas o sentimientos, nos coloca en un lugar algo menos inseguro a partir de la propia inseguridad, nos permite no darnos por aludidos, contestar cuando se nos pega en gana, cuando creemos que tenemos el tiempo, o cuando nuestra propia ánima decide que debe ser, así sin más. Con una tecla podemos apagar, aplazar, contestar o enviar al bote de la basura, es como tener el poder de ese famoso interruptor rojo de la guerra fría.

A veces pienso que esa red maravillosa por donde viajan los mensages de Julian Assange, de los embajadores de todos los países, los secretos de las armadas, los números de los bancos, los estados de deuda, las ofertas de empleo, las medicinas no inventadas y cuanta basura se nos ocurre a la humanidad colocar, es realmente uno de los pasos de la misma de mostrarse con su todo sin mucho temor y más descaro, saltando así sus “virtudes”, defectos, fracasos, inventos, basuras, vínculos, engaños, sueños, oportunidades, futuros, pasados, realidades, arenas y tiempos sin tiempo. ¿No es la red una caja roja de Pandora con muy pocos bits de memoria?

 ¿Qué opinan?