Tengo sumo cuidado con mis sonidos por lo que ellos podrían decir:
A veces, siento un nudo en el cuello, un gutural movimiento que me sale de las tripas me recorre los pulmones y se me acumula en el pecho, es un aullido.
A veces el aullido arranca finito, se transcurre agudo, luego pesado y atornillante hasta que ya no exista por que no hay aire en el corazón, eso es dolor.
A veces el aullido arranca finito, se transcurre agudo luego sonoro, quizá algo grave pero cierra con una mueca llamada sonrisa que te sale del esternón, eso es felicidad.
A veces, entre ladrar corto, simple gruñido, aullidos, silencios, caminatas, lunas, noches, días, grandes distancias se va la vida.
A veces, en unas y en otras partes los míos reconocen ese aullar, ya que esa forma de sentir la percibe solo un errante dentro de la manada, un solitario de compañía, un aprendiz de caza, un terco amigo, solo un igual.
Yo creo que te reconozco en medio de la manada, con esos ojos quizá rojos en la oscuridad; la mirada profunda, a veces dura, a veces desorientada casi en la locura, a veces dulce, algo sabrosa, la baba tibia, la piel hermosa.
No se de las rutas que llevas en las venas, ni siquiera conozco todas las marcas de tu piel, tus profundidades me hablan de tu entereza, del paso que marca y de la vida que llevas, así como me hablan de la fuerza de lo que come deseo y hace lucha.
No se de tu futuro, adivino tu pasado, reconozco tu sentido, busco entre tu dicha y con la desdicha me encuentro también.
Siempre reconozco tu sonido, el olor que acompaña, el sentimiento colocado tras la sombra; así como tu temperatura y tu olor. -Algo de tu semblante habla sin que lo dejes, sin querer parece que lo puedo leer-
Me detengo. Aquí estoy en la pradera, la tundra, la taiga, quizá en la montaña con el árbol por sombra, o en el monte abierto con la noche en los hombros, mirando al horizonte, recordando mi historia, lamiendo mi destino, yo se esperar, aullar y querer también.