Me lo proponga o no, todos los días que me despierto son una aventura, bien una lucha, una escalada, un chapuzón, un descanso en roca. Algunas veces salgo bien librada, en otros lamentablemente fracturada y a veces extrañamente sorprendida. Quizá en todos con material para un cuento rápido, un haikus mal escrito, un bostezo temprano, pero algo producido.
Hay días en los que la historia en sí misma se repite, el matiz podría ser diferente, en ocasiones alterándose algún borde o textura pero básicamente una extensión lineal. Sin embargo siempre hay cambio, es así como que parece que un abrazo no siempre significa lo mismo. El comer pan hoy más que ayer podría ser trascendental. El mirar a lo ojos podría develar un oscuro que no sabías. El que te cedan campo para pasar por el borde de un sitio, el evitar hacer fila, el encontrarte un centavo en el piso se convierten en cábala y el estornudo en avisos de fiebres laborales, quizá.
Lo curioso de la vida cotidiana, la que pasa diaria, habitual, usual, es eso que aparentemente no te das cuenta que montaron la escena para que fuera poco lo que alteras, sea el color de ropa, lo que comes, los minutos que sales de casa hacia el trabajo, el sitio donde cayó tu nuevo cabello desprendido; pero cada día podría ser una aventura oportunidad o un boicot que pasa frente a tus ojos, sea con o sin notificación y acuse de recibo.
Si bien es cierto la actitud es un determinante para decidir, el ánimo, la temperatura de todo o al menos la de uno, los factores externos, el tener té para acalmar las nubes, dulces para la barriga, motivos para la razón, susurros para el alma, espacio para las ideas, el sacar una frase coherente que te haga caer en claridad lo que significas, lo que te significan los otros, se vuelven en elementos determinante de nuestro cotidiano día.
Cuando me voy a la cama, al final del día, no es solo el ejercicio de ir al baño, cepillarme los dientes, cerrar las puertas, verificar que las cosas básicas estén apagadas o en su “correcto lugar”, o la suma del cansancio del habitual esfuerzo físico; sino es la sumatoria del cúmulo de la vida de ese día y a veces de trozos del día anterior, o de la semana pasada y de las líneas de mi futuro.
La cama se convierte en parte de mi sueño añorado, reparador no solo de la energía, sino de las esperanzas que a veces se agotan en la avenida abierta de lo que sucede conmigo y mi alrededor, es el adormilar la insensatez del día, brotar las luces del alba, masticar nuevamente algún punto, prepararme para lo que aún no conozco y para lo que espero que haya, juntar los hilos y desear energía para lo que venga siempre…
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