La ventaja de las lágrimas a mi juicio, es que son como enjuagues que se le aproximan a uno de un pronto a otro, sin solicitud de entrega. A veces sabes que las necesitas, otros días no te percatas aún hasta que suceden, como ese chaparrón que cae algún día de verano producto de una nube gris, gorda, rechoncha y cargada a lo largo del viaje por el tiempo.
Algunas saltan por una, otras se avalanzan por los otros. La verdad es que hay una ruptura, no se si de la ecuanimidad, del orden, del sentido, del sinrazón o de la fuerza. Parece como si una ráfaga muy intensa y fuerte te diera un bofetón a veces de dolor y también de felicidad. Lo cierto, es que quiebra.
El agua lava, no solo las calles con sus montañas de basura, o los ríos arrastrando cuanto paso hay en el camino. El agua lava, a veces limpia o enturbia los sentimientos sedimentados, convirtiéndose en la mayoría de las ocasiones en el chaparrón de aviso de que pronto, aunque no sabes cuando, tus sentimientos rejuvenecidos y apropiados se presentarán ante vos.
No hablo siquiera de esa acción que podría dejar la nariz trancada, cual elefante con gripe crónica en el último año. Ni de los ojos como tomate convertido en vidrio, del dragado de energía que lleva consigo todo deslave, o quizá de las centellas que brotan con nosotros.
No quiero hablar de los motivos, pero sí de la circunstancia cuando te sostienes la cabeza pensando que no hay salida. Cuando masticas por minutos, horas y días que el otro no va a sobrevivir. que los pronósticos son insostenibles, que los mensajes no son de buen augurio. Cuando quieres arrancar la corteza con las uñas y aún no tienes respuesta, no llaman... Cuando la incertidumbre se apersona justo a tu costado y la ansiedad toca una melodía profunda.
Sin ser optimista por defecto, quiero cerrar para mi, con ese instante cuando el mensaje de las buenas noticias llega en las palabras, en el anuncio de la mirada, en la mano sostenida, en el devolverse y decidir hasta aquí y voy a comenzar, o al mirar hacia delante extender los dedos y pedir ser acompañado.
Algunas saltan por una, otras se avalanzan por los otros. La verdad es que hay una ruptura, no se si de la ecuanimidad, del orden, del sentido, del sinrazón o de la fuerza. Parece como si una ráfaga muy intensa y fuerte te diera un bofetón a veces de dolor y también de felicidad. Lo cierto, es que quiebra.
El agua lava, no solo las calles con sus montañas de basura, o los ríos arrastrando cuanto paso hay en el camino. El agua lava, a veces limpia o enturbia los sentimientos sedimentados, convirtiéndose en la mayoría de las ocasiones en el chaparrón de aviso de que pronto, aunque no sabes cuando, tus sentimientos rejuvenecidos y apropiados se presentarán ante vos.
No hablo siquiera de esa acción que podría dejar la nariz trancada, cual elefante con gripe crónica en el último año. Ni de los ojos como tomate convertido en vidrio, del dragado de energía que lleva consigo todo deslave, o quizá de las centellas que brotan con nosotros.
No quiero hablar de los motivos, pero sí de la circunstancia cuando te sostienes la cabeza pensando que no hay salida. Cuando masticas por minutos, horas y días que el otro no va a sobrevivir. que los pronósticos son insostenibles, que los mensajes no son de buen augurio. Cuando quieres arrancar la corteza con las uñas y aún no tienes respuesta, no llaman... Cuando la incertidumbre se apersona justo a tu costado y la ansiedad toca una melodía profunda.
Sin ser optimista por defecto, quiero cerrar para mi, con ese instante cuando el mensaje de las buenas noticias llega en las palabras, en el anuncio de la mirada, en la mano sostenida, en el devolverse y decidir hasta aquí y voy a comenzar, o al mirar hacia delante extender los dedos y pedir ser acompañado.
No se cuanto de esto es cierto o bueno para mi, lo que puedo afirmar es que de vez en cuando las lágrimas no están de más.