Ayer tenía una ganas tremendas de subirme al edificio más alto de la ciudad donde vivo, o bien, que el edificio donde trabajo tuviera una terraza accesible a las personas.
Ciertamente ayer tenía ganas de sentarme al borde; a pesar del vértigo, que mis piernas estuvieran colgadas y que el viento me diera en la cara.
No tenía ayer especial interés por un clima frío o alguna lluvia, al contrario necesitaba cálido sol y quizá dormir un poco en ese estado.
Podría decir que también requería darme un poco de autocompasión, palmearme la espalda, cagarme del miedo y decirme que todo estaría bien, aunque aún no estuviera nada mal.
Podría decir que también requería darme un poco de autocompasión, palmearme la espalda, cagarme del miedo y decirme que todo estaría bien, aunque aún no estuviera nada mal.
En resumen, ayer podría haberme tenido un poco más de paciencia, quizá derramar menos lágrimas, saberme humana y no tan defectuosa. Ayer fue un largo día y yo era un rompecabezas con anuncio de desastre.
Hoy las cosas son un tanto diferentes, a pesar de que sigo en ayer.
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'Cuando pongamos los ojos en el cielo estrellado, con un furioso anhelo de llegar allí, aunque sea para encontrar lo que no es para nosotros, aunque tengamos que resignarnos a la humilde certeza de que, en muchos casos, una vida no bastará para hacer ese viaje -cuando pongamos los ojos en el cielo, repito, no olvidemos que los pies se asientan en la tierra y que sobre la tierra el destino del hombre tiene que cumplirse. Por una simple cuestión de humanidad.'
José Saramago,
De este mundo y del otro (1971)
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