Semanas de todo un poco: leer basura, ponerme al hilo en planificación, solo llegar al periódico y las noticias de la radio o de la web; en fin, no dedicadas a algo que nunca he dejado de querer, la lectura a libros de tinta y papel. Tengo en mis manos un regalo nuevo: El Ocho de Katherine Neville. Confieso que no sabía que esperar de este, ahora tengo que decir que, en definitiva hurtaré un párrafo para colocarlo en el blog; sin embargo eso sucederá cuando termine la página 626, mientras tanto diré que tiene uno de los juegos que más me gustan y menos practico ya, el ajedrez.
Ahora bien, como una de mis amigas queridas ha sido tan amable de corregir (para nada) el estilo de un escrito que lleva meses llenándose de polvo virtual, decidí que por hoy lo dejamos guindando en la red, como para tener suficiente tiempo de seguir con la otra lectura que luego reseñaré.
Correcto, lo que leerás es parte de esos grupitos llamados Cuadernos sueltos, como diría Gil Evans (palabras más o menos) en una de sus entrevistas, en el jazz se han tocado cosas terribles también, aún así cuando lo interpretas y lo grabas, esos 3 minutos de grabación generan un sentimiento de gloria. Por supuesto lo que sigue es algo como eso.
----------------------------------------------------
El ajedrez es la vida, Bobby Fischer
Mientras me fumo esto, hábito que he adquirido a fuerza de querer huir de espacios cargados de gente, me retoma a la cabeza lo que apagarse conlleva. No significa que se acabó el combustible del tanque de gas y dejó de funcionar la estufa, o que los carbones no dan para más y se quedaron completamente negros, o que se desinfla el globo aerostático - me gusta volar-, ni siquiera se trata de las últimas horas de un moribundo. Me refiero a lo que piensas, el paso único de los años.
Después de la ducha me miro el espejo y noto la barbilla saludando el sur, los pliegues cuelgan de las extremidades de las orejas, las manchas de melanina aparecen irregularmente hasta en los rincones no expuestos al sol. Sigue esa tos grosera instalada en los bronquios, el cabello seco, -recuerdo que nunca le he dado tratamiento alguno-. Mi cara, la porosidad en obvia, amplia en sí misma y extendida, la navajilla ha dejado sus marcas en el camino que mi mano ha hecho cada mañana desde los 16 –bueno hay algunos días de excepción como es obvio-. Sí la cara, esa cara que conozco de memoria y sin embargo aún necesito espejo para poder recorrerla; estos surcos no me molestan y la malla de arrugas tampoco, no me considero tan vanidoso, nunca lo he sido digo yo. Sin embargo a lo que no me acostumbro es a estos ojos míos; es menos lo que puedo ver y no hay cirugía que cambie, solo "retardamientos" y eso de usar dos tipos de lentes que si de cerca o si de lejos, que si para mirarte o para dejarte de mirar me tiene algo frito. Ahora noto menos lo diferente, según yo sigo teniendo un poco más de veinte, bueno y un poco menos de cabello. No veo tan radicales los cambios en el espejo, ni siquiera la gravedad de la permuta de dirección de mis dedos a pesar de que lo visible es tan visible y que lo oculto da cierto miedo volverlo a ver con lo cual, es más sencillo ignorarlo.
Me he comenzado a preguntar si mejor sigo con esta vida que elegí, si mejor no hago estos cambios tardíos de mis hábitos, en todo caso me siento más cómodo con esta forma mía de ser, por eso es mía, además y total ya he recorrido más de la mitad del camino, aunque esto no lo diga en voz alta o lo mande al bote de las cosas que no quiero pensar. -Ciertamente aún soy joven-.
No quiero rumiar mi decisión y mis indecisiones, me da una flojera tener que explicar, el deber de ponerle palabras a todo o la responsabilidad que se va cargando en la espalda como joroba invisible. Me gustaría eso sí recuperar la ilusión, pues ya ni me arrepiento, tomo caminos en donde el dolor de barriga que me generaban las cosas es superado de manera simple como las mareas de vida diaria o solo con una pequeña omisión; el furor me alcanza en el mejor de los casos para algunas semanas y ya no sé si para meses continuos. Cada cierto tiempo tengo hambre de otras. Ciertamente doy gracias de que estés, pero es esa mezcla de excitación tardía y gratitud anciana de que andes en mi vida como ese fruto fresco que me gusta, que alcanzo y que por su propio ritmo me cansa, me hace cierto ruido.
No puedo disculparme por lo que he dicho, aunque finalmente debería de hacerlo, pero ahora te voy a dejar y me voy a dejar. Es un abandono doble y una decisión que justificaré como la mejor, así es, me gusta lo que soy aunque no lo diga y he ejercido eso en todos estos años que al fin de cuentas no son tantos y ya lo son. Sí he pensado esto de irse apagando lentamente, todo se nos apaga unas cosas más rápidas y otras más levemente. Lo cierto es que estoy muerto en vos hace tiempo y vos en mí, pero finalmente estar muerto me ha gustado, lo hemos llevado bien tal como la mano durante todas estas décadas con la navajilla, pero no te preguntaré que piensas, ya lo sabes me cansa esto de ponerle palabras a todo, aunque deberíamos, aunque es necesario para llenar estos vacíos y estas interrogantes cuya respuesta ya sabemos.
Lo sabías, iba a fumarme todo esto, iba a preguntarme cómo se apaga uno lentamente mientras durara el cigarrillo. Quizá siga pensando en algunas cosas y me salten penas o dudas en una mañana de esas, como las lluvias que se dejan repentinas al inicio de las primavera en medio del café y la comodidad. Más ambos seguiremos con actitud colega y de amigo, de mártires, de amantes idos, de vecinos, hasta que el tabaco muera.
Sí yo también te quiero.