En medio del mundo con el que me topo todos los días, suelo encontrar cosas que le dan oxígeno. Es así como puedo convivir con los cientos de cables que cuelgan en la calle hacia las casas y los edificios; o brincarme los charcos de porquería que escapan de las alcantarillas, pegándome las manos a la nariz para respirar el olor de lavanda de la crema en lugar de los lixiviados que recorren las calles. No se rompe de esa forma la compostura, ni duele tan adentro las personas que esquivas para caminar por la calle, el tocador de flauta, el trío de durmientes envueltos en plástico frente a la entra de emergencias (la que veo desde el sexto piso de mi oficina) quienes no sabrías si están vivos o muertos, porque aunque haya horas de calor intenso gastan el día durmiendo.
Puedo pasar de frente por ese "central park" de lunes mañanero, donde los que no lograron esconderse al amanecer se sientan en las bancas a ver pasar los trabajadores de las siete, las ocho y las nueve; algunos se camuflan agachando las miradas o escondiendo las manos y los pies, sin ser diferentes a las esculturas de metal. En cada esquina de las peatonales cortas se cruza uno con los que instalan su puesto de suerte ambulante -lotería para toda la semana- o los vendedores interminables de copias baratas de películas que aún no están en cartelera.
Las entradas de ciertos edificios son lavadas prolijamente con esa lejía que arranca el olor de los sitios que han sido tomados como orinales temporales, el semáforo se pone en rojo, hay que esperar más de lo debido y depende del lugar, se tendrá el chance de ver la "pandilla" de perros ambulantes, todos tomando el sol tibio mañanero, porque aquí amanece temprano y anochece igual.
Pues sí, hay combustible y oportunidad de decidir cómo gastarse los minutos de caminata. Sin embargo, aunque quiera montar historias o me figure lo que están pensando las personas dándole buenos deseos y a veces no tanto, hay cosas que no se pueden "decorar" de ninguna manera. La pobreza es dura y los niños que "queman piedra" corren tras las ventanas de los carros pidiendo dinero; los que van al hogar de "salvación" por baño, ropa y comida limpia hacen lo mismo en otros puntos (son los vagos de la fiesta porque podrían trabajar, eso dice la mayoría); niñas embarazadas pegadas a la basura, casas rodeadas de rejas, olor penetrante que duele en la nariz, tamales caseros vendidos en la calle, conversaciones de novela barata latina, cucarachas callejeras que dan repulsión, asientos sudados, manos húmedas y ennegrecidas, basura esculcada, calor de vaho, chaparrón momentáneo, grandes árboles florecidos en amarillo, rosa, lila y naranja.
Sí ya sé, que la vida es así: alguien salió de clase, alguien la impartió, alguien tomó un avión (otro más que se va), alguien no se despidió, hoy quizá no había cena en casa, uno más durmiendo en la calle, el gato se orinó, llueve o es el viento. Lo comprendo todo muy bien, sin embargo hay demasiado ruido, está todo muy cargado y hoy no puedo tomar la vida así, aunque lo único que vi fueron 11 kilómetros de calles cotidianas.
Saudade del latín solitas, soledad, es un vocablo empleado en portugués y también en la lengua gallega, que describe un profundo sentimiento de melancolía producto del recuerdo de una alegría ausente, y que se emplea para expresar una mezcla de sentimientos de amor, de pérdida, de distancia, de soledad, de vacío y de necesidad. Saudade es la sensación que permanece cuando aquello que una vez se tuvo, material o inmaterial, que en su momento permitía disfrutar alegría y euforia se ha perdido y se extraña y el hecho de recordarlo, tenerlo de nuevo o pensarlo, produce una sensación de volver a la vida.