Hace tiempo leí que los insectos comprenden el grupo más diverso y extenso de animales en esta tierra, se conocen cerca de un millón de especies y tal parece que se desconocen o no se han descrito unos treinta millones. Es tal la cantidad que se calcula que por cada persona hay aproximadamente 200 millones de ellos.
A veces pienso, que ese estado optimista llamado esperanza, basado casi en un acto de fe en el que se cree que aquello que uno desea o se piensa sustentado en alguna lógica de que puede ser posible, es como un insecto y por ende hay posibles millones por cada persona.
Yo tengo esperanzas de todo tamaño, todos los días, varían en cantidad tanto como en frecuencia. Unas son lo más pedestres, otras tienes las formas y tamaños de asombro. Hay esperanzas como avispitas negras,escarabajos de mayo, abejas e incluso hormigas, hay otras no menos importantes parecidas a las cucarachas, pulgas y piojos. Todas son parte de este mundo diario en donde la expectativa es baja y la mortalidad es alta, tanto para unos como otros.
Me parece que tengo esperanzas que tienen esa capacidad de mirar el espectro ultaviolecta (las menos), otras otras que son completamente miopes, montones se disparan solas con la luz o florecerán con el olfato. Bastantes huyen al primer movimiento de peligro en el aire y unas cuantas se aferran a su sitio, son desafiantes y confrontativas, abriendo las alas, enseñando la cara, alertando los sentidos.
Dejémonos de dulzuras, mueren por montones y deben luchar para sobrevivir en su mayoría desprotegidas. Pero ¿qué sería de cada uno sin ellas? Todos las tenemos, sino fuera así, me atrevo a pensar que no tendríamos combustible para ese acto de posibilidad celestial o científica que nos impulsa a querer, a esperar que una amiga extraviada en el camino, nuevamente levante su teléfono; o que una persona mayor en la calle encuentre afecto y abrigo, o no volver a disgustarse una por la misma pregunta que lleva a ningún sitio o a todos; o quizá que llegue la lotería con un número que se soñó, o que las dietas milagrosas existan y surtan efectos en los ojos, bien que la basura oceánica sea un cuento, o finalmente que el dolor no nos embargue de manera arrasadora cuando los amados fallecen, o quizá pensar que hoy seremos más generosos entre nosotros mismos y sobretodo con los otros seres que no entendemos.
Suena un poco naive, pero despertarse cada día, sea para mover dos pies o para lanzarse como resorte de la cama; saber que al otro lado del océano tienes familia que aún te piensa; el luchar por un hoy donde decidamos todos hacer un pacto de hermandad y dejar de perseguirnos, de empuñar cuchillos, de dar forma a los daños, de escupir fuego y soñar soberbia, de cagarnos en la vida los otros, de arrancarle la piel a un ser vivo, de hacer montañas de desechos. Bañarnos, vestirnos y salir a este mundo que te roza con una contra gruesa, oscura y cruel, eso es un acto de esperanza aunque, al llegar la noche esté fallecida o descompuesta. Al final cada una de ellas nos permiten vivir, de alguna forma extraña, nos permiten continuar, nos da el aire para volver a empezar, para creer en cualquier cosa, incluso en la humanidad.
En definitiva, estamos llenos de millones de insectos y quienes no, ya no están aquí.
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