Merece lo que sueñas
(puntos de partida)
I
PALABRAS, ganancias de un cuarto de hora arrancado al árbol calcinado del
lenguaje, entre los buenos días y las buenas noches, puertas de entrada y
salida y entrada de un corredor que va de ninguna parte a ningún lado.
Damos vueltas y vueltas en el vientre
animal, en el vientre mineral, en el vientre temporal. Encontrar la salida: el
poema.
Obstinación de ese rostro donde se quiebran
mis miradas. Frente armada, invicta ante un paisaje en ruinas, tras el asalto
al secreto. Melancolía de volcán.
La benévola jeta de piedra de cartón del
jefe, del Conductor, fetiche del siglo; los yo, tú, él tejedores de telarañas,
pronombre armados de uñas; las divinidades sin rostro, abstractas. Él y
nosotros, Nosotros y Él: nadie y ninguno. Dios padre se venga en todos estos
ídolos.
El instante se congela, blancura compacta
que ciega y no responde y se desvanece, témpano empujado por corrientes
circulares. Ha de volver.
Arrancar las máscaras de la fantasía,
clavar una pica en el centro sensible: provocar la erupción.
Cortar el cordón umbilical, matar bien a la
Madre: crimen que el poeta moderno cometió por todos, en nombre de todos. Toca
al nuevo poeta descubrir a la Mujer.
II
Hablar por hablar, arrancar sones a la desesperada, escribir al dictado lo que
dice el vuelo de la mosca, ennegrecer. El tiempo se abre en dos: hora del salto
mortal.
Palabras, frases, sílabas, astros que giran
alrededor de un cetro fijo. Dos cuerpos, muchos seres que se encuentran en una
palabra. El papel se cubre de letras indelebles, que nadie dijo, que nadie
dictó, que han caído allí y arden y queman y se apagan. Así pues, existe la
poesía, el amor existe. y si yo no existo, existes tú.
Por todas partes los solitarios forzados
empiezan a crear las palabras del nuevo diálogo.
El chorro de agua. La bocanada de salud.
Una muchacha reclinada sobre su pasado. El vino, el fuego, la guitarra, la
sobremesa. Un muro de terciopelo rojo en una plaza de pueblo. Las aclamaciones,
la caballería reluciente entrando en la ciudad, el pueblo en vilo: ¡himnos! La
irrupción de lo blanco, de lo verde, de lo llameante. Lo demasiado fácil, lo
que se escribe solo: la poesía.
El poema prepara un orden amoroso. Preveo
un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su
esclavitud, y amores implacables rayando el espacio negro. Todo ha de ceder a
esas águilas incandescentes.
Por las almenas de tu frente el canto
alborea. La justicia poética incendia campos de oprobio: no hay sitio para la
nostalgia, el yo, el nombre propio.
Todo poema se cumple a expensas del poeta.
Mediodía futuro, árbol inmenso de follaje
invisible. En las plazas cantan los hombres y las mujeres el canto solar,
surtidor de transparencias. Me cubre la marejada amarilla: nada mío ha de
hablar por mi boca.
Cuando la Historia duerme, habla en sueños:
en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando
la Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema: la poesía
entra en acción.
Merece lo que sueñas.
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