Yo solía vivir en un país cuyas casas no tenían barrotes en las ventanas o las puertas; donde dejabas pegadas las llaves del auto; donde si dejabas por accidente caer dinero, alguien te lo indicaba; si necesitabas una taza de azúcar, algún poco de sal o compartir el "pinche plato de arroz, frijoles, tortilla" encontrabas a algún vecino auxiliador; donde conocías la gente del lugar aunque fuera a fuerza de mirarla, donde la gente vivía en barrios no en guettos exclusivos como los condominios de última línea o los apartamentos que solo pueden rentar los extranjeros.
Yo solía caminar las calles de la capital en las madrugadas universitarias de las noches de copas con amigos, donde amanecíamos en un sitio esquinero que aún existe y en el que se encontraban todas las figuras exóticas de los cuentos de fantasía. Allí se tomaba cerveza y café, guaro y batidos de frutas, a la vuelta había un sitio donde todos los mariachis buenos y malos del mundo se encontraban.
Yo viví sin miedo a lo que sucediera en la vuelta de la esquina. Sin embargo y con el tonillo melancólico que pueda tener, a ese sabor de "resistirse a envejecer", he de decir que todo cambió.
No vivo en el país más violento de América Latina, pero nadie necesita vivir en un "ranking" así. Vivo en un país que escuchaba hablar de maras y ahora las tiene en casa durmiendo. Uno que decía llamarse un "oasis de paz" y es un oasis agresivo-pasivo. Un lugar en donde cada mañana te dan toneles de brazos partidos, manos, piernas, ojos, rencillas, culebrones, asesinatos. Uno que teme defender al vecino porque le mataran, que está dejando de denunciar la corrupto porque es amenazado o también "come del bocado". Uno cuyas gentes "pegan gritos de auxilio", pero a la vez se quedan con los ojos transparentes como sino miraran y las bocas mudas como sino valiera hablar. Dónde ya no pagan por la seguridad del circuito habitacional, sino la personal para cruzar de un punto a otro.
Quizá todos los que leen este blog podrán recordar y encontrar algún pedacito de algo conocido, de esos días sin barrotes y sin miedo. Lo cierto es que hay otro grupo que ya nació y creció solo conociendo barrotes, miedo y la realidad dibujada de manera oscura todos los días.
Lamento tanto que eso nos esté pasando, que tengamos corta memoria, largo olvido, manos caídas, poca lucha y que la violencia impune camine oronda sin que nosotros sepamos que estamos adentro.
Mañana, hoy, ayer, antes de ayer hubo personas comunes maltratadas de diversas maneras por un teléfono móvil, por 10 dólares, por un par de zapatos, por hacer "mala cara". Antes de ayer una persona intentó defender a otro que no conocía, en un restaurante cuaquiera, al ponerse de pie recibió un disparo en la frente. El dictamen de la polícia: no hay nada