Partí con ese sabor de pude disfrutarla más, ese olor "de faltó tiempo", el que realmente no había. Pude haberme encontrado de manera más cercana y quizá cómplice con ésta capital. Excusas, sin embargos y peros sobran con nombres de siempre, más se sumó "la neurosis casi colectiva" (quizá solo una excepción) del "caco" acechando en la esquina, el temor de ciudad "posible para otros" al anochecer, esos escondidos en algún sitio o quizá conduciendo el taxi tomado por vos.
No puedo negar que "chupé" algo de temor, quizá porque era yo conmigo en un lugar donde los otros se encontraban en sitios diferentes y no podía "echar mano de ellos" o caminar sin ellos. Sin embargo y después de esa "desconfianza" que debe dejarse guardada en "su sitio", los espacios abundan, los escondrijos, el movimiento, la vida.
Encontré gente rica, de sabor multicolor, de tamaños variados, de densidad generosa y particular geografía. Personas que disfrutas sin más, sin un gramo extra o menos, pues tal como son aparecen como lo justo. Se suman tal adornos, variedad de espacios, los propios e impropios de las capitales de país, de centros poblados de personas y autos, así como de historias tristes y no tanto, hay movimiento.
Encuentras allí América Latina viva, la que es extrema, inusual, callejera, cálida, dura y con esperanza, la tierra del sueño perdido de la ciudad de oro, y yo invitaría ir a buscarla y encontrarla.