Soy animal de tierra, uno de esos que extraña las aguas de los océanos y que no sabe como regresar.
A veces me siento apátrida, desterrada de la humedad, ya que ni siquiera en ciertos espacios de pequeña profundidad donde proliferan plantas, peces y sol me animo a estar.
En los últimos meses, cuando recorro a pie la arena a lo largo de alguna playa que quisiera frecuentar más, hago repaso mental en busca de la aldaba que se perdió o donde falseó el puente que me hacía querer estar en el mar.
Se y me reconozco animal de tierra, pero me siento por horas frente al mar, lo escucho y lo entiendo, no se si me comprende, si sabe lo que siento, la ansiedad que me genera, la aceleración de mi vientre, el temor de mi pecho, la furia de mis pensamientos (como si fuese un amante), no se si comprende que yo también entiendo el canto azul de las ballenas.
En ocasiones, más de noche, menos de día, me conformo con estar allí, dejar que sus sonidos, sus destellos lleguen a mi, no digo nada (podría quedarme por horas solo escuchando y mirando, mirando y escuchando, dormitar o en vigilia), es como si con su fuerza y su suavidad me permitiera acariciar sus pensamientos o los míos.
Por ocasiones, con sonrisa bordada con alguna flor y matizada con algún pedazo de envidia a su alegría, miro como otros intentan, logran, entran en ese espacio que ya hace años no volví animarme a cruzar.
He olvidado la llave, la puerta, la clave de entrada, la tonada de llegada, la sensación bienvenida, el chocar de las dimensiones y simplemente nadar... ¿Me pregunto cuando regresaré al agua?
A veces me siento apátrida, desterrada de la humedad, ya que ni siquiera en ciertos espacios de pequeña profundidad donde proliferan plantas, peces y sol me animo a estar.
En los últimos meses, cuando recorro a pie la arena a lo largo de alguna playa que quisiera frecuentar más, hago repaso mental en busca de la aldaba que se perdió o donde falseó el puente que me hacía querer estar en el mar.
Se y me reconozco animal de tierra, pero me siento por horas frente al mar, lo escucho y lo entiendo, no se si me comprende, si sabe lo que siento, la ansiedad que me genera, la aceleración de mi vientre, el temor de mi pecho, la furia de mis pensamientos (como si fuese un amante), no se si comprende que yo también entiendo el canto azul de las ballenas.
En ocasiones, más de noche, menos de día, me conformo con estar allí, dejar que sus sonidos, sus destellos lleguen a mi, no digo nada (podría quedarme por horas solo escuchando y mirando, mirando y escuchando, dormitar o en vigilia), es como si con su fuerza y su suavidad me permitiera acariciar sus pensamientos o los míos.
Por ocasiones, con sonrisa bordada con alguna flor y matizada con algún pedazo de envidia a su alegría, miro como otros intentan, logran, entran en ese espacio que ya hace años no volví animarme a cruzar.
He olvidado la llave, la puerta, la clave de entrada, la tonada de llegada, la sensación bienvenida, el chocar de las dimensiones y simplemente nadar... ¿Me pregunto cuando regresaré al agua?
No hay comentarios:
Publicar un comentario