Estas últimas semanas, nuevamente he tenido una parte de la cabeza fracturada. Ahora más que nunca, me siento bastante torpe para razonar o negociar con alguien sobre ciertos temas. No parece que pueda encontrar motivo suficiente para decir sí estoy de acuerdo.
Me pregunto acerca de los "requerimientos" (por llamarlos de alguna forma) para mantener un vínculo, para justificar cuanta cosa sucede, para pasar por alto los vaivenes de la volatilidad de nosotras las personas, para no renunciar a la familia, al amigo, a la relación, cuando finalmente con la suma de los años pareciera que lo predominante es el desgaste de la bolsa de viajero, como el odre mullido de todas las campañas devoradas. ¿Dónde está todo lo bueno que ha quedado?
Quisiera saber qué motiva el no dejarse morir en el intento, no salir huyendo, no decir hasta aquí basta. Me encantaría comprender mejor lo que nos provoca esos sentimientos de afecto entrañable que se meten por las articulaciones. El aprender como dar/recibir/tomar/entregar sin sentir por ocasiones (a veces las de más), que es una forma de extracción como mina de carbón o de hierro abierta a través de los ojos. Solamente dar y dejar ir.
No voy a entrar a hablar sobre daños o resarcimientos, ese tema es nota para un análisis en otro sillón. Sino solamente de esa cotidianidad que nos hace justificar lo injustificable, transformando lo que no debe ser normal en normalidad. Aquella la cual nos lleva a disculpar algo que a simple vista con ninguna persona podrías hacerlo, o la que empuja a atenuar las violentas circunstancias volviéndose en permitidas, marcándose así la vida en un halar y soltar de hilos, recargando quizá no al más fuerte sino al más resistente, a veces sin opción.
¿Cuáles son los códigos? ¿Dónde están? Necesito leer los libros que van indicando las rutas de este tipo de memoria. No puedo compartir que la genética o el vínculo de sangre sean suficientes para considerar una familia, a algún "relative" - pariente, o amigo a algún transeúnte de vida, por más buena persona.
Quiero vivir en el intento y así compartir la cuchara, el plato, la discusión, el tacto, la voz, la ruina desde la distancia o la cercanía, el temor, la incertidumbre, el andar pesado, el equipaje ligero, el temor a la noche o el placer por el turrón, mi gente nueva, también la muerta. En fin, construir es necesario para cualquier relación.
No espero perecer en el medio de la asunción de que no es obligatorio siquiera "trabajarse un poquito" la vida, porque los vínculos del ADN son transparentes, suficiente con el útero, la ubre, los linajes, la educación en sí mismos. No quiero que la tiranía o la autocracia de las relaciones me arrastre. Me urge entender, quiero hacerlo, para que lo aún remanente siga vivo.
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