Extiendo
la mano para pasarla por la nariz, veo si se mueve el estómago, realmente
es el pecho pero no sabía que era ahí, si tengo dudas le aprieto la
nariz y si se despierta, sé que está viva, que respira. Cuatro años,
justo mi hermana estaba recién nacida. Estos eran los ejercicios que practicaba
cuando mi madre descansaba y yo tenía miedo que estuviera muerta.
Alguna
vez leí que a partir de los 30 años uno comienza a desarrollar el olor a
muerte. No recuerdo la fundamentación del estudio, al decir verdad, la
ciencia confirma que comenzamos a morir desde le momento en que somos
concebidos, crecer, evolucionar es también morir.
Estar vivo es básicamente una constante lucha contra el proceso de descomposición de nuestra propia materia.
Nada nuevo, verdad. Sin embargo, en las situaciones más cotidianas, en
las crisis instantáneas o aquellas que se vienen gestando lenta y pausadamente, a paso seguro y de manera silenciosa, le crispa la
piel a una y se le revuelca lo que le queda de alma.
Despertarse
huérfano de madre, de padre, de hermano, de hermana, de pareja, de
amigos, no es tarea fácil, a pesar de la popularidad comercial y la
sabiduría de ciertas culturas. La primera vez que abres los ojos después
de ese día donde "una pesadilla" no es creíble, se borra dependiendo de
tu cerebro, que decide si lo hace de manera absoluta o solo por fragmentos (los que puedas
quizá manejar)
En resumen, no
creo estar preparada para la siguiente tarea de este "normal curso de
vida" (digo si seguimos condiciones de edad y salud), quedarme
después de toda mi vida sin madre y padre. Puedo decir que en este momento, no estoy
lista para el olor de la hierba recién cortada o los disolventes de
nuestros muertos.